El elogio a la estética y al virtuosismo del movimiento corporal se resume en el ballet clásico.
En Italia a mediados del siglo XV, Domenico Da Piacenza se convierte en el primer coreógrafo de la historia a darle forma y sentido a la danza. Fue él quien describió cinco elementos fundamentales para constituir este arte: memoria, elevación, medida, forma y división del espacio. Así mismo, integró a su teoría los movimientos que caracterizarían al ballet: los pasos simples y dobles, la pose, la reverencia, los latidos, giros y saltos.
El ballet clásico se consagró como una actividad de entretenimiento para la aristocracia, consolidándose como tal en las cortes francesas. Fue Luis XIV, llamado “El Rey Bailarín”, quien impuso el toque noble al ballet negando la posibilidad de dar la espalda mientras le danzaban. Por esto, tienen razón de ser las posiciones abiertas, los movimientos estilizados, la verticalidad y la suprema elegancia en cada uno de los movimientos. El Rey Sol creó también “l’École de Danse de l’Opéra de Paris” en 1713, escuela francesa reconocida en el mundo entero que sigue su labor hoy en día.
La técnica rusa se desarrolla a finales del siglo XIX y primera mitad del XX. Agrippina Vaganova fue bailarina del Ballet Imperial hasta 1916 y luego profesora durante 30 años. En su método se da mucha importancia a la fuerza de la parte baja de la espalda. Ella combina el estilo elegante y refinado del Ballet Imperial, aprendido de Enrico Cecchetti, con la más vigorosa danza desarrollada en la Unión Soviética. La técnica rusa en relación a otras es más extrema y tiene un trabajo muy expresivo de la parte superior del cuerpo.
Algunos famosos graduados de la academia de Vaganova fueron Rudolf Nureyev, Mikhail Baryshnikov, Natalia Makarova y Svetlana Zakharova.
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